Jochy Herrera
- CAMPO MINADO
Nuestras esperanzas se cifran en el proceso, dije
pero de eso preferimos no hablar.
Sin saber exactamente quién ha provocado qué
cuáles son los compromisos y las deudas, las promesas
zigzagueamos en busca de terrenos neutrales
sobre un mapa que le pertenece al pasado, y planteamos hipótesis idiotas
en perfectas previsibles letanías
—ahoranadie está diciendo nada
y a nadie le parece importar.
Mas no hemos venido aquí para solucionar problemas.
Hemos venido a contemplar este paisaje
y alejarnos de él como prófugos de nuestras geografías
hacia escenarios que se saben de naturaleza virtual
y aun así
queman al tacto.Pregunta:
¿ha llegado el momento de considerar las trayectorias de concentración, los hábitos de consumo, las demandas materiales de existir
en el poema?
En otras palabras:¿cómo decir paisaje
sin decir incendio?
Náufragos en el torrente de lo potencial, desiguales a cero, subsumidos
en la hipótesis de muchísimos mañanas
estábamos al borde de nuestra totalidad, vueltos hoguera
pendientes del plural y sus desasimientos
pero perdimos el mundo y las cosas del mundo
en el ácido vocabulario del capital, y lo abandonamos todo
a los devoradores desiertos del porvenir, amantes de su máquina y su causa.
Densos de diseminación, aprendimos a vivir en el desequilibrio,
en los espacios intersticiales, en los falsos mapas.
Sobrevino el llamado de una línea de fuga, el nómada deseo
de territorios en descomposición, una épica del tránsito a lugares vacíos
desde lugares vacíos:
haces de palabras sin cesura, abiertas al abismo.
Nos hablamos de distancias en persona singular, atravesando la herida.
Nombramos los espejos y sus inecuaciones
con la lógica voraz de una secuencia de infinitos, y lo colonizamos todo
con el estrépito de nuestro silencio, en campo expandido.
Nos hablamos de ausencias, de escisiones, de pequeños objetos sin significación
de números que solo se numeran a sí mismos
—dadores de su propia ley, soberanos de su sinsentido, músicas puras en planos de metal, en perfecto]
equilibrio.Perdimos el mundo y las cosas del mundo
en la suma asonante de lo residual—cuerpos en el cepo / sujetos de acumulación
como quimeras de crecimiento—e hicimos de sus fragmentos una nueva manera de mirar, una forma sin forma
una sombra de su sombra en las palabras
un rezago de la voz que calla en el interior, escuchándose los vacíos.
Apelemos por eso al resto de todo lo tangible, al pulso de nuestro mineral en un órgano vivo]
que niega su negación con estallidos, con múltiplos de estar
de dos en dos, y más, no de uno en uno
—nunca de uno en uno.
Ese es el punto de partida de este desdoblamiento, y ese es el trayectodel verbo
con que lo nombramos, con sed de denominador, pasaje y piel de lo que aúna
a una multitud ya sin derrotas, lo que suma
su savia y su semilla conjugada en futuro, y hace así a ciegas lo que se liberará
en el hermoso espejismo de los nuevos plurales transitivos
piedra angular en pie de desinencia, eco de su proliferación
en el mapa de un amanecer con llamaradas
como una voz fuera de sí, como un renacimiento.
Y qué renace sino la posibilidad
del habla y sus criaturas, ese campo minado.
Qué renace sino el cierre de ser en el bullicio, en el puro rugido
de lo múltiple y el margen, en la forma del retazo que se ata al retazo
y a su huella
—en la sutura, en el metabolismo
de todos los vocablos que murmuran el mínimo del mundo
y la necesidad de su transformación
por el inacabable hacerse de nuestros nominativos
en el cúmulo de cuerpos que emancipan
(de dos en dos, y más, te dije, nunca de uno en uno).
Que se haga así entonces esta momentánea masa
y que se llene de voces el sitio en que palpita
arrasando el vacío con la música de sus latidos
y que se cierre su círculo
contra las tentaciones del espejo
en el espejo, contra la puesta en abismo
de todos los sintagmas que se abren
al aire de la multitud, a voces vivas
y que se habiten de fuego las palabras más llanas
para dejar atrás la negativa que nos condiciona
—agotadas las formas del presente—
a ser solo sujetos de ninguna historia
y a nombrar la belleza de los monstruos que engendra, o que libera
en la quema de lo que continúa, la ruina de lo que termina.
(coda)Pensaba, penitente, en todos estos cuerpos callosos
que se arrogan el derecho de alunizar
en ejercicios de disonancia, sobre terreno fértil
para la continuidad de las especies, mas no para nosotros
que desconocemos las preguntas fundamentales
y viajamos a ciegas de contracción en contracción, de espasmo en espasmo, y viceversa
vagamente marxianos en nuestras predisposiciones (o quizá ni siquiera —ni quisiera)
pero pensaba en ellos como se piensa en un cuerpo presente
abierto a toda posibilidad, incluyendo la de su derrota, o al menos la de su final
que, como todos los finales, es parte de la naturaleza
o la naturaleza misma, aprehendida
en su momento de ser, naciente por su diseminación, sumante por sus restas —por sus restos, plena
por lo que se le quiebra, y bella, sobre todo bella por su finitud
que desafía todas las disquisiciones
y vuelve borroso todo espacio intersticial
y nos hace terrestres en disolución, hipostasiados
por la tiranía del aparecer, y pensaba en ellos como quien se suma,
estrofa tras estrofa, a su progresión alucinada
llamándolos hermanos con una mano en alto, llamándolos amigos, compañeros, compañeras
pero sin ironía, con abrazos, en mitad de una calle que se puebla de presencias
cada una con sus apellidos y sus nombres
cada una con su ser social y su conciencia social
a la salida de un cine, por ejemplo
o en la puerta de un supermercado
cada una con sus necesidades y sus contingencias
cada una con sus vestimentas y sus sudores y sus desasosiegos
cada una con su mochila y su deseo sin resolución —revolución
y con sus sueños, sobre todo sus sueños
que no saben perderse en el mundo tal cual es
ni declaran su inexistencia o se hipotecan a los vaivenes de la vacuidad
(significados puros contra la impertinencia de lo real)
y pensaba en ellos como quien desdice su sincero desconcierto
y abre una ventana en lugar de cerrarla
aquí mismo, en esta hoja de papel intransitable
abre una ventana en lugar de cerrarla
con la necesidad de contrariar adversativos
e imaginar todo lo imaginable, todo lo redimible
en el mínimo espacio de un encuentro animal
en un campo común que no se sabe común
y clausura sus declinaciones y sus consecuencias
para hacerse navegable en la tierra de nadie
feroz como frontera, como campo minado
es decir, un tránsito, un ansia
en pos de un horizonte pluripersonal
de cuerpos que se palpan, que palpitan
y se aúnan en una multitud sin predicados
contra la teoría de su soledad
contra las abstracciones de su soledad
contra las emanaciones de su soledad
y respira.
(Textos del libro Campo minado)