La tarde en la que Vlaho Medo pensó en todos los elementos geopolíticos que entraban en juego y con los que tendría que harbar durante los próximos agostos hasta que sus hijos comprendan bien dónde fue que había nacido, apenas pudo hipar como quien ya no puede, incluso antes de haber empezado. Entonces buscó socorro santiguándose frente a los libros de la balda más alta pensando en las enciclopedias que allí había reunido con los años mientras los críos crecían pintarrajeando paredes incunables. No iría a dejarlos solos en medio de esa estancia atiborrada con siglos de saberes. Ellos recién estrenaban lectura y en ese entonces habrían sido muy capaces de convertir la última novela de Amos Oz en el SketchBook de una barbarie. Entonces Vlaho alzó su dedo grande en el aire, y después de darle cientos vueltas siguiendo el curso de un remolino imaginario, apuntó una foto aparecida en un antiguo volumen la revista National Geographic (allá por los 70) diciendo, y casi no: fue en Dubrovnik.

la insoportable levedad del turismo


Si bien me fue imposible rescatar la foto original, pues ésta se estropeó entre inverosímilis y absurdas mudanzas, aquellla que aparece en la portada fue la vista elegida por Vlaho, después de cientos de ráfagas, para que nosotros conociéramos el lugar donde había nacido. Nosotros nos miramos. Vlaho no había dicho Yugoslavia, tampoco Croacia. Sólo acentuó Dubrovnik.

Pegué esa foto con cinta aislante sobre la vieja pared de adobe como, en ese entonces, los adolescentes solíamos hacer con la imagen de nuestros ídolos de otrora.

Cada día, luego de sobrevivir a la larga jornada, como si fuera un feligrés quien se encomienda a la gracia de Majka Bozja Bistricka, rogaba porque esa vista, aún cuando pareciera estar en un lugar fuera del mundo, se mantuviera viva. El aura de Dubrovnik, a diferencia de lo que enfrentaba en mi entorno, me transmitía cierta impresión de paz al ver cómo su pasado enraizado entre esas ariscas rocas parecían consensuar con el viento frío del Bora cuál sería el momento en el que se transformaría en futuro.

Si bien hemos viajado con cierta continuidad a Italia, no pensé nunca llegar a Dubrovnik, estaba en ‘la otra Europa’,en las Balcanes. Parecía más lejana.

Mi expectación de niño sin propinas, amén de adquirir algunas gollerías, se satisfacía con alcanzar la vereda de enfrente. Ahora bien, si como dije, no estaba en mi planes, aún cuando en mi entresueño intuía que, de hacerlo, en el casco de la civilización iliria de hace 2500 años, tendría la dicha de encontrar encofrada en un pañol la voz de mi propia historia.

Habiendo transcurrido medio siglo del tiempo en que Dubrovnik estuvo más acá de mí mismo, aunque muy lejos de la escoba de ramas de brezo, no ceso de ciar especulando qué podría originar que alguien, quienquiera que sea, se aventure en la vastedad del Adriático hasta llegar a las orillas de Dubrovnik. 

 Aunque el escritor dubrovnikés Luko Paljetak también pensó en ello, desde este lado del mundo, y sin ir en detrimento de lo escrito por Paljetak, puedo colegir otras variables: 

1. porque fue un confeso fan de GOT y alguna vez, se imaginó caminando entre las laberínticas calles de King's Landing, 

 2. porque gracias a ese viaje en la próxima reunión con los socios del club podrá ufanarse comentando que estuvo de plácemes a las orillas del Adriático en «la otra Europa» 

o 3. va, porque como ya «conoció», pues estuvo, en la medida que «pasó» por Roma y por París —e incluso fue capaz de llegar a Estambul— pensó en un destino más excéntrico, uno que, aunque infrecuente, sume un check en su lista de lugares visitados menguando la férvida ansiedad de su cosmopolitismo de escaparate.

Creo que estas líneas son suficientes para que el lector consiga hacerse una idea acerca de la visión que tengo, y que, también, mantengo, con respecto a lo que se encuentra inmerso en el abominable negocio de la turistificación. 

En mi caso, si bien, cómo no, alguna vez la he padecido, ello está al margen de lo que experimentan los residentes de los países anfitriones: la pérdida de identidad cultural, el deterioro del medioambiente, la congestión en los servicios básicos, la congestión y privatización de los espacios públicos, la especulación inmobiliaria y el aumento de los costos de vivienda o los conflictos entre los actores implicados en esa «industria sin chimeneas». Pero, a decir verdad, mi confesa ojeriza concierne al «real interés» que motiva que un turista oficie como tal.

 Recientemente, una influencer china fue multada por grabar en streaming cómo cocinaba y se comía un tiburón blanco; una pareja fue encarcelada por robar en 2021 vino valorado en 1,7 millones de dólares en el restaurante Atrio de Cáceres en el oeste de España; un grupo de turistas alemanes derribó una estatua de valor incalculable mientras ensayaba la pose perfecta para fotografiarse en Viggiù, cerca del lago de Como. Algunos de estos casos, en su momento, fueron ampliamente difundidos con el propósito de explicar el sentido de las recientes olas de protestas en contra del «turismo de masas» y que, en su momento, también fueron utilizadas por el periodista británico Greg Dickinson para definir apropiadamente el concepto de Overtourism.

Al concluir nuestro viaje por tierras croatas decidimos «alejarnos» del indómito trajín que, sabíamos, implicaría («la vida de un turista es muy sacrificada», solía repetirnos mi amiga Johana) y, después de todas las cuitas de ese barullo, decidimos darnos una tregua y reposar unos días en el corazón de la Toscana.

En una visita que hicimos a la Casa di Boccaccio, debido al cansancio acumulado por el frenesí de las distintas expediciones por tierras «balcánicas», me detuve un momento para conversar con una joven sienesa. Ella, una simpática estudiante de la Università degli Studi di Siena, trabajaba en la atención al público que visitaba la Casa di Boccaccio. Fue así que, entre dimes y diretes, me comentó sobre lo que presenció en una osteria en el Panzano in Chianti cuando un estadounidense, visiblemente molesto, se quejó de que la comida que servían no era auténtica, No era como la pizza que alguna vez había comido en su ciudad. Otro se quejó indignado. Nadie hablaba inglés. Exigió ser atendido en su idioma. Pero esto ocurrió «después». Una vez que llegamos a Dubrovnik, Marija, la guía, compartía con nosotros algo de todo lo que había significado para ella vivir las Guerras Yugoslavas.

—Cuando te dicen —comentaba casi a corazón abierto—que, en ese tiempo, muchos tuvimos que dormir sobre el piso mirando solamente las estrellas, la imagen, en sí, podría resultar lírica. Pero, un momento, «dormíamos sobre el piso», sin un techo que nos guarezca ante la inminente amenaza de un nuevo bombardeo y sin saber bien qué podríamos comer el día siguiente teniendo sólo unos cuantos centavos . Sus ojos parecieron anegar en lágrimas. Me emocionó.

Marija había abandonado el guion del discurso original. El grupo —en ese momento formábamos parte de uno—guardó silencio. Pareció compartir su sentir. El silencio también es elocuente. Sin embargo, esa magia se quebró súbitamente. Una mujer, quien parecía haber sustituido su último resquicio de piel por la plástica lozanía del bótox, puso fin a esos efímeros instantes de clímax. Entre empellones, dio un paso adelante, abriéndose entre el gentío, con la actitud de una potranca que parecía haber divisado a su padrillo. Así, muy decidida, ametralló a la sobreviviente.

— Qué lindo tu pantalón. ¿Dónde lo compraste? ¡Felicitaciones¡

La dubrovnikense, desconcertada, pareció acusar el golpe.

—En un almacén. Fue lo primero que encontré a la mano— y la pobre ya no supo cómo continuar el hilo de su sentido discurso. En ese momento la «turista», como ocurrió también en los casos anteriores, no respondía a una nacionalidad en particular, era simplemente eso: una «turista».

Yo no fui a Croacia por turismo. Fui porque, desde que pegué esa vista en la pared de adobe, siempre la llevé conmigo. Mi familia es originaria de Dubrovnik. Pétar, mi abuelo llegó al Perú a fines de los años 30 pero, tal vez, debido a su particular carácter, no encontró el tiempo que le exigía hablar de «su tierra» y, tal como comenté, tampoco mi padre, ni siquiera mientras se desarrollaban las sangrientas Guerras Yugoeslavas, razón por la cual la familia no pudo regresar a Dubrovnik, encontró el momento, y tal vez las palabras justas, para hablarnos de lo que para él representaba aquello que estaba ocurriendo.

Si bien escribí «particular» creo que hay aspectos del carácter que, a veces, aparecen registrados en la etimología. Estoy pensando propiamente en la palabra eslavos. El término "eslavo" proviene del latín medieval Slavus, que, a su vez, deriva de la palabra protoeslava slověninъ, que significa "persona que habla [la misma lengua]". En base a ello existe una teoría que relaciona esta raíz con la palabra slovo (palabra, habla), sugiriendo que "eslavo" significaría "el que habla [nuestra lengua] ".

Comento esto pues, pese a que, desde este lado del mundo, se piensa a los croatas y, a los habitantes de los pueblos eslavos como personas «frías», Croacia fue considerada por la revista Condé Nast Traveler como uno de los países más amigables de Europa. La forma de ser del croata está signada por la idiosincrasia del eslavo, es decir por un fuerte sentido de pertenencia, el cual se manifiesta a plenitud en la intimidad de una cofradía «entre quienes hablan su lengua», ajenos, como es el caso, al estridentismo y la grandilocuencia histriónica de los italianos

Por lo general, el croata se identifica con la cultura de Europa occidental e incluso hay quienes, después de haber fruncido el entrecejo ante el término «balcánico», por las connotaciones negativas, marca una distinción entre «ellos» y sus vecinos «del este» de Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Serbia, es alguien quien, a primera vista, pareciera ser de carácter reservado. Pero, en la medida que uno supera esa impresión inicial, descubre que el croata, amén de hospitalario, es muy amigable y no sólo: su vinculación con el mundo se da a través de un particular sentido del humor, uno que podría recordarnos el tono del deadpan británico, pues, cuando un croata hace una broma no sonríe, permanece serio. Si se ríe de alguien es de sí mismo. Para un croata el sentido del humor posee la valía que los serbios confieren al Inat*. Pienso en la invención de la corbata como un atavío confeccionado con el propósito de que los sangrientos mercenarios croatas que llegaron a Francia en la segunda mitad del siglo XVII contratados por el rey Luis XIII para luchar por la causa real en la Guerra de los Treinta Años pudieran mostrarse como «caballeros confiables y probos». Sólo mediante el humor es que uno consigue explicarse cómo, después de las Guerras Yugoeslavas, hoy, en Croacia, puedan coexistir armónicamente las culturas centroeuropeas, mediterráneas y balcánicas, amén de las pequeñas comunidades conformadas por bosnios, húngaros, italianos, eslovenos, romaníes, albaneses, checos y alemanes.

Este aspecto ya puede vislumbrarse en Dubrovnik, donde las iglesias católicas conviven con una mezquita, una sinagoga y una capilla ortodoxa-serbia.

NON BENE PRO TOTO LIBERTAS VENDITUR AURO


Si bien figura en el Capítulo LVIII de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, la frase Non bene pro toto libertas venditur auro, es el lema que motivó la firma del Tratado de Zadar en 1358, el cual le puso fin a la guerra entre la República de Venecia y Hungría dando origen al surgimiento de la República de Ragusa di Dalmazia en el Reino de Yugoslavia. Desde 1918 conocemos ese lugar como Dubrovnik, nombre eslavo que deriva de la palabra dubrava, bosque de robles, aludiendo así a los árboles que, en ese entonces, cubrían el Monte Srd. Non bene pro toto libertas venditur auro reza la inscripción que se lee en la Fortaleza de Lovrijenac. Dicho recinto fue construido por los propios ciudadanos de Ragusa a principios del siglo XI en tan solo 3 meses con el fin de cautelar la ciudad del asedio de los venecianos, quienes incluso pretendían construir su propia fortaleza precisamente en ese lugar. Una vez que llegaron las tropas venecianas cargando con todos sus pertrechos se encontraron con esta imponente fortaleza, la misma que se siguió reforzando en un proceso que duró más de 300 años hasta culminar la obra en los albores del siglo XIV.

¿Cómo explicar esta «coincidencia» entre la inscripción que refulge en Lovrijenac y su aparición en el Capítulo LVIII de El ingenioso Hidalgo? 

La gallega Ángela Rodicio en el libro Dulcinium: el amor perdido de Cervantes cuenta que, tras la batalla de Lepanto, Miguel de Cervantes, fue hecho prisionero en 1571, por los corsarios montenegrinos. No estuvo preso sólo en Argel, de acuerdo a ciertas crónicas, sino también en Ulcinj, la antigua Dulcinium romana—Dolchiño para sus habitantes situada en la costa montenegrina, a 58 millas de Croacia. De acuerdo con Rodicio, Dulcinium fue el nombre que dio origen a uno de los personajes clave "Don Quijote de la Mancha": Dulcinea. Cuando Rodicio emprendió su periplo hacia las costas montenegrinas, no le costó mucho encontrar datos que documentan la presencia del escritor español, conocido como Servet por los lugareños, quienes relatan su cautiverio como algo que no admite duda, tanto así que incluso enseñan a los turistas su celda.

Según otra leyenda, Cervantes fue llevado a Berbería, lugar con la que los corsarios de Ulcinj tenían estrechos vínculos y tras cinco años de cautiverio, consiguió volver a casa, gracias a unos frailes españoles quienes pagaron quinientos táleros de oro por su liberación. A su regreso a España escribió el «Quijote » una historia sobre Dulcinea, qquien, muy probablemente fue una mujer de Ulcinj.

Actualmente, en el Stari Grad** de Ulcinj existe un busto de Servet. Su autor es un famoso escultor albanés de Tirana, Bujar Vani. Como en la política, en la literatura no hay coincidencias.

Pero volvamos a Dubrovnik. La primera impresión para quien llega a esta ciudad está imbricada con la impresión de que, a lo largo del tiempo, dicho lugar ya estaba infiltrado en nuestro imaginario, no sólo por las tomas que vimos de Dubrovnik como parte de King's Landing en Game of Thrones, donde La Fortaleza de Lovrijenac era La Fortaleza Roja en la capital de los Siete Reinos. Dicha impresión ya se manifestaba desde el rodaje de Fiddler on the Roof, película musical realizada al viejo estilo de Broadway por Norman Jewison en 1971, previa a los años dorados del turismo en Dubrovnik en los años ochenta, y, posteriormente, con la aparición de la ciudad en producciones más recientes como Doctor Who, Mamma Mia! Here We Go Again o Episode VIII de Star Wars: The Last Jedi).

Esta sensación, desde que uno cruza el umbral de la Puerta de Pile y camina sobre el mármol pulido de la calle Stradun, la misma que atraviesa el corazón de todo el Stari Grad, se replica, y sigue replicándose, como si se tratara de la acometida de un incesante deja vu. La vívida impresión de haber visto alguna vez esto, aquello o eso otro, pareciera superponerse con cada una de las tallas medievales del Palacio del Rector, ante el delirio barroco con el que se construyó la Iglesia Patronal de la Ciudad, levantada en honor de Vlaho, Santo Patrono de Dubrovnik o incluso entre el profundo aroma a lavanda que se respira entre las rojas fresas silvestres, llegadas de Konavle, cuando uno visita el mercado al aire libre en la plaza Gundulić.

Pero, antes de emprender el viaje a las entrañas del Stari Grad lo más conveniente es recorrer las murallas de la ciudad. La historia de Dubrovnik también se escribió en el mar. Cada vista que se observa deslumbra como si cada una se luciera como un esplendente fotograma que, bajo un cielo de fuego y miel, parece decirnos que el tiempo nunca será suficiente para contemplarlas.

Al pie de las Murallas, después de cruzar la Puerta de Pile, en el lado derecho del Stradun, se encuentra la antigua farmacia del Monasterio Franciscano. La tradición popular cree que San Francisco de Asís alguna vez estuvo en Dubrovnik. Es bastante probable. La farmacia «Mala Braca» abrió sus puertas en 1317 junto con el monasterio franciscano, y en ese entonces, el puerto de Dubrovnik era una parada obligatoria para los barcos que transportaban a los peregrinos hacia la Tierra Santa.

«Mala Braca», originalmente atendía las necesidades propias de los monjes, pero con el tiempo abrió sus puertas al público. Pese a que no es la farmacia más antigua de Croacia , constituye una de las atracciones más visitadas en Dubrovnik. Tal vez se deba a su estratégica ubicación ya que su campanario resulta un magnífico punto de orientación si es que alguien se pierde entre las callejuelas del Stari Grad. La antigua farmacia, o más bien, la botica, se visita como museo. En el siglo XIV la botica fue un espacio en el cual la medicina se combinaba con la herboristería, y la ciencia farmacéutica propiamente dicha, y comprendía desde la preparación de los medicamentos hasta su dispensación y consejo al público sobre lo que les había sido administrado.

No alcancé a visitar Plaza de la Luža, Fuente de Onofrio, La Torre de la Campana, pero todo ello pareció dejar de ser importante en el momento en el que divisé muelle de Portoc y partí rumbo a Lokrum, una isla de apenas 2 kilómetros cuadrados. Amén de su condición de paraíso natural pues, entre los pavos reales asentados allí, «sinuosos como culebras, huidizos como los gatos y cautelosos como los búfalos viejos cuando vigilan los movimientos de sus enemigos» (Edward Charles Stuart Baker ) se encuentra su propia versión del «Mar Muerto», un lago pequeño y poco profundo (10 metros) de alta concentración salina que está conectado con el mar, y sin referirme a su exuberante floresta, fue la prolífica cantidad de mitos leyendas surgidas que consiguen suscitar apenas unas cuántas hectáreas.

Supe de La leyenda de la maldición de Lokrum, la misma que surgió cuando el general del ejército francés Auguste Marmont ordenó el cierre del Monasterio Benedictino y la inmediata expulsión de los frailes. Los monjes de Lokrum indignados, protestaron ya que en el legado del Conde Savin, y aún en contra de aquello de lo argüían sus herederos, se indicaba que el monasterio pertenecería a los monjes. Así, en medio de la vasta espesura de la noche, convenientemente ataviados y arrastrando consigo cadenas, dieron tres vueltas a la isla, cantando ceremoniosamente las ominosas palabras de la terrible maldición:"¡Quien reclame Lokrum para su propio placer personal será condenado!". Esto no fue suficiente. Los monjes abandonaron la isla que pasó a manos de una familia de aristócratas que no tardó en perder su fortuna. La isla fue vendida a una pareja que había visitado el lugar en 1859. Ellos remodelaron el antiguo monasterio para habitarlo construyendo preciosos senderos que se abrían en la fronda, trajeron esos hermosos pavos reales y bandadas de exóticos pericos provenientes de las Islas Canarias, mientras sembraban sendos jardines de rosas, lavanda y limones. Pero felicidad es efímera. Por diversas circunstancias debieron abandonar la isla. Una que, de acuerdo, a lo que narra otra leyenda, Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, naufragó a su regreso de las Terceras Cruzadas en 1192. El Rey, agradecido, pues fue rescatado en la isla, prometió construir una iglesia en la isla, lo que, entonces, fue imposible, pero este fue el origen de la catedral de Dubrovnik. Y de Lokrum aún hay más, en el rodaje de Games of Thrones, en los jardines botánicos de la isla se grabaron las escenas de Qarth, donde Daenerys y su séquito asisten a una fiesta organizada por Xaro Xhoan Daxos.

Comencé afirmando que, aun cuando Dubrovnik, pareciera estar en un lugar fuera del mundo, rezaba para que se mantuviera viva. Ojalá pueda ser así. El Stari Grad se está desmoronando, razón por la cual la UNESCO amenazó con despojar a la ciudad de su estatus de Patrimonio Mundial debido a los embates ocasionados por la turistificación. Dubrovnik no se construyó para albergar a tanta gente. Hoy, cuando llueve, el contenido del alcantarillado medieval bajo Stradun se vierte por entre las alcantarillas y el suministro eléctrico es insuficiente para cubrir las necesidades de todos los restaurantes y para lo que requieren los equipos de aire acondicionado. Por esta razón en Dubrovnik ya no hay turismo de masas. 

El Ayuntamiento dispuso contadores de personas en cada punto de entrada y salida. En tiempo real se puede saber cuántas personas están en la ciudad en cada instante. También por ello, paulatinamente, se fue reduciendo el número de cruceros y se restringieron los alquileres en el casco antiguo recortándose en un 30 por ciento el número de mesas y sillas en los cafés al aire libre y en un 70 por ciento el número de puestos de souvenirs. La legislación nacional exigirá a los propietarios de departamentos en edificios el consentimiento del 80 por ciento de los demás residentes antes de poder alquilar su departamento. 

Mientras tanto, recientes noticias dan cuenta que el «Ministerio de Exteriores ha recomendado ‘posponer todos los viajes no esenciales a Serbia debido al trato inapropiado y arbitrario hacia los ciudadanos croatas’ y que, en caso de hallarse en suelo serbio y necesitarlo, contactar con la embajada de Croacia en Belgrado».

Dubrovnik no es Disneylandia, felizmente. Pero, de existir un paraíso, es lo que más se le parece. Vuelvo después de muchos años sobre la imagen de Majka Bozja Bistricka le pido otra vez por Dubrovnik: «que exista para siempre».

Los fantasmas de Lovrijenac parecen decirnos que esto no es imposible.


* “Inat" (инат) es una palabra serbia que no tiene una traducción directa al español, pero se refiere a una actitud de terquedad, obstinación, o desafío, a menudo en contra de la adversidad o la autoridad.

**Centro histórico

*** La farmacia más antigua de Croacia se encuentra en la calle Kamenita 9, llamada "K crnom orlu" (El Águila Negra) y fue fundada en 1355 por Niccolo Alighieri, sobrino nieto de Dante, y está en funcionamiento desde entonces, ofreciendo, como «Mala Braca», medicamentos a base de plantas y mezclas preparadas por los propios farmacéuticos