Una cosa fue el concepto original de wokismo, el cual cobró protagonismo gracias al movimiento Black Lives Matter y la muerte de George Floyd en mayo 2020, y otra muy distinta es aquello en lo que ha devenido: una forma de control social cuya intolerancia lo vuelve cada vez más afín al Victorianismo.
Si hablo de wokes no es para referirme a los sujetos militantes de una «nueva izquierda» en los Estados Unidos empeñados en cambiar la lucha de clases por la lucha de identidades, como apuntaron en distintos momentos Mark Lilla, James Lindsay, Juan Mesegueren y Albert Mohler, más bien me refiero a quienes actúan exigiendo —«so riesgo» de funa—una forma de expresarse que responda a las problemáticas puestas en boga por la agenda social. Desde dicha exigencia esta forma (desnaturalizada) de «Neovictorianismo», obsesionada con el pruritanismo de lo «políticamente correcto», viene diezmando tanto «el sentido del sentido del humor» como la noción de alteridad —los últimos soportes de la Humanidad—reduciendo la realidad a un conflicto permanente de opresores y oprimidos, ¿será este el origen de lo «posthumano»? .
- E1: MENIPO
No sé cuál es el colmo de, tampoco la última de ni en qué se parecen. No me gustan los «chistes». Los aborrezco. Como los malos poemas su estructura bascula hacia el final. Todo el tiempo el desarrollo de su narrativa se dirige al remate que da su razón de ser al relato en sí. No me gustan los «chistes», tampoco los memes, los gifs, los stickers ni los videos cómicos de youtubers e instagramers producidos exprofesamente para «hacernos reír». Aunque la investigación científica nos demostró que la mayor parte de la risa no se da en respuesta a esas «construcciones divertidas» desarrollé esta aversión debiendo escuchar los insufribles cuentos de Otto y Fritz, una pareja de inmigrantes de origen alemán. Con ellos perdí la risa.
En los últimos meses, y pienso que esto tal vez pudo tratarse de una reacción ante la tristeza producida por el deceso de un antiguo compañero, estoy hablando de Sandro Venturo, decidí retomar contacto con varios amigos a quienes dejé de ver, fundamentalmente debido a mi cambio de residencia. Si algo causó en mi cierta sorpresa fue que la mayor parte de ellos coincidía en que, si echaban algo de menos, era mi sentido del humor. No la creatividad, de la que bien podría jactarme, la buena memoria o la capacidad de escucha. El sentido del humor, dicho así, sin titubeos.
A raíz de estos comentarios me tomé el trabajo de revisar una buena parte de las fotografías en las que aparezco retratado. Me costó mucho encontrar alguna en la que aparezca riendo. Ni siquiera en aquellas «felices», pues recuerdo vivamente el momento de cada toma, aparezco «chino de risa» y a mandíbula batiente.
Me pregunto si esto se trata de un efecto secundario producido por la abominable «foto de autor», esa instantánea que nos obliga a fingir inteligencia con tal de aparecer como alguien «interesante», una norma implícita en el momento en que aceptamos resignados nuestra condición de vulgar «mercancía».
Lo curioso del asunto está en la actitud de quienes me rodean en cada una de esas tomas: aparecen contentos. Incluso en muchas de ellas se les ve reír de buena gana. Conforme realizaba esta revisión encontré una que llamó especialmente mi atención. Fue una fotografía post pandémica. La captura de la misma se dio en un funicular en Santorini. Compartimos la travesía con una joven oriental y su pareja de turno, un griego. De pronto, en medio del trayecto, la joven oriental tuvo un ataque de pánico y, , mientras pensaba totalmente convencido que esto se trataba de un acto de justicia poética después de toda la incertidumbre que padecimos con las restricciones a viajes internacionales, las cuarentenas, los confinamientos, la cancelación de eventos, la preocupación por los efectos económicos, el desempleo y el cierre de establecimientos de todo tipo durante el tiempo de la pandemia, no pude controlarme: tuve un ataque de risa. Sin ningún disimulo observaba gritar a la joven, fuera de sí y no podía hacer otra cosa que celebrar su histeria. No era nada personal. En ese momento, en el funicular, yo estaba representando a la humanidad dispuesta a cobrar venganza de cada uno de los responsables de la propagación del SARS-CoV, ella al pangolín de Wuhan.
Todo el desenfreno al que me refiero no se refleja en la fotografía, la misma que fue captada por el chaperón de turno, el joven griego.
En la foto apenas se consigue distinguir una media sonrisa, torva y mefistofélica, que no le hace justicia a toda la exaltación que pude haber experimentado en ese momento.
Esta inexpresividad fotogénica, la misma que contrasta con mi habitual gestualidad hipercinética, es la que termina por imponerse, según sea el caso, la mayor parte de ocasiones en las cuales bromeo. Cuando comparto una ocurrencia, y en contra de lo que se cree es por timidez, no se trata de un recurso histriónico, lo hago con una actitud que podría recordar al deadpan , no tengo que ser británico ni dominar el inglés para conseguirlo o a la de quien dice las cosas con retranca, tampoco hay que ser forzosamente gallego para esto.
Yo no sé si la ocurrencia en sí, comprendida como una idea inesperada y repentina, sea realmente graciosa, tampoco sé qué reacciones suscitará, pues nunca antes fue puesta a prueba.
Si la estoy expresando es porque estoy convencido que a través de ella el Otro será capaz de descubrir una dimensión nueva acerca de mi forma particular de comprender el mundo.
Personalmente no creo en el humor como una herramienta para resolver problemas personales, como un pilar de la resiliencia ni como una forma de terapia, sí como un elemento que es capaz de movilizar una conversación al mostrar las cosas de una manera muy diferente a la acostumbrada.
El humor, y esto no lo digo solamente yo, empieza al filo mismo de lo inadecuado, justo al límite, no como una vía de escape sino como un acceso a lo real.
El humor necesita inventar, la retórica se contenta con repetir. El humor tiene el sentido místico de lo nuevo, la retórica el sentido respetuoso de lo viejo. Se puede decir: “Todo es nuevo”, como Heráclito, y se tiene razón pensando en la sustancia que cambia constantemente
Si alguien quien alguna vez fue mi alumno, y sólo me pudo conocer por mis diversas performances durante las horas lectivas, al leer este texto seguramente se preguntará con legítimo derecho, ¿y entonces por qué insistía tanto con la prédica: hay que reír incluso en las circunstancias más adversas.
Piensen si no en Menipo.
Valgan verdades, tal vez el aula fue el lugar en el cual he reído o bien, porque inicialmente no me enfrentaba a la amenaza de las fotos —luego me vi convertido en meme— o porque la risa me permitía distanciarme emocionalmente del personaje que estaba representando: el «Profesor Medo», o porque a través de ella —esto lo descubrí mucho tiempo después—conseguía establecer vínculos incluso con los alumnos más retraídos.
En la obra de Luciano de Samosata, Menipo de Gadara se burla del resto de los mortales condenados a vagar en las profundidades del inframundo hasta el momento en que estas pobres almas, hastiadas de sus comentarios socarrones, y sin soportar más su risa, llegan a un acuerdo: convocan un consejo con Hades con el fin de expulsarlo.
Luciano da cuenta que incluso Plutón, mostrando por primera vez cierto grado de compasión, ordena a Menipo que entregue esas almas a sus penas. En tanto Menipo de Gadara pudo retornar a Tebas.Luciano de Samosata, a través de Menipo, fue quizá la influencia más determinante que puedo rescatar de mi antigua pubertad. En la medida en que Luciano fue capaz de «hacer sonreír» al diálogo valiéndose de recursos como la ironía, el sarcasmo y lo imprevisible, pude establecer una relación intrínseca entre el humor, comprendido como una forma de oralidad con la que se expresa una ocurrencia en una conversación casual entre-dos sujetos, pues toda conversación representa, o al menos representaba, un lugar inter-dicho.
No hay, no podría haber, humor si es que se pasa por alto la importancia del Otro, una entidad que hoy parece válida sólo como prerrequisito para la obtención de un Diplomado Hípster.
Ver al Otro, quien está afuera, exige salirse de nuestra perspectiva y considerar sus diversas creencias (su concepción del mundo, sus inquietudes, su ideología) lo cual, y fuera de toda mitologización, exige de nosotros la mayor atención posible en la medida en que debemos “alternar”, cambiando nuestra propia perspectiva. Ello convierte al diálogo en algo esencialmente éxtimo. Con este neologismo Lacan, valiéndose de la imagen de la vieja banda de Moebius, se refería a un espacio no-convencional, donde se pasa de lo exterior a lo interior sin saltos, algo que puede estar adentro y a la vez afuera .
Sin embargo «con la crisis del concepto de comunidad ha surgido un individualismo desenfrenado, en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino un antagonista del que hay que guardarse. Este «subjetivismo» ha minado las bases de la modernidad, la ha vuelto frágil y eso ha dado lugar a una situación en la que, al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez» . A tal punto que el neologismo lacaniano (recogido originalmente por Miller a mediados de los 80) fue desnaturalizado llevándolo a los predios de lo literario (con la Literatura del Yo) o a la exposición de la intimidad mediante una transmisión en vivo.
Cuando el escritor parisino Enmanuelle Carrère advierte: «el humor está en todas partes, es como la música que nos acompaña todo el día, en el coche, en las tiendas, en el supermercado… y al final ni escuchas lo que suena», se refiere justamente a que hoy, tal vez más que nunca, la atención es un problema político y colectivo pues, . con la emergencia de la Web 2.0 y las nuevas formas de constitución de la subjetividad, la dimensión del Yo se ha expandido.
Hoy la identidad se articula entre quien, pretendidamente, soy en la vida diaria y mi perfil en las redes sociales. Yo también soy el Otro. Atención es lo que falta. Y no sólo con respecto a quien es realmente el Otro sino ante todo Lo otro, como si en el mundo analógico se hubiera instalado la emergencia de la dictadura digital.
Hoy, tal como ocurre en las selfies, estando presentes, estamos ausentes.
La ausencia de la alteridad parece haber expropiado la experiencia exigida por una simple conversación, tal como alguna vez pudimos comprenderla, haciendo a un lado el humor que permitía el despliegue de dicha interacción y quedándose apenas con la pragmática referida al mensaje.
- E2: ¿EL OTRO, EL MISMO?
Tenemos que intentar repensar de nuevo lo que hacemos cuando hablamos, meternos en esa zona opaca e interrogarnos no sobre la gramática y el léxico, sino sobre el uso que hacemos de nuestro cuerpo y de nuestra voz cuando las palabras parecen salir casi solas de nuestros labios. Veríamos entonces que lo que entraña esta experiencia es la apertura de un mundo y de nuestras relaciones con nuestros semejantes, y que, por tanto, la experiencia del lenguaje es, en este sentido, la experiencia política más radical .
Pienso en la pertinencia de las palabras de Agamben en tanto me pregunto si, quizá, en lugar de referirme a la significación del sentido del humor en sí, razón de ser de estas líneas, he terminado problematizándome con el devenir de la constitución de la alteridad. Creo que no, pues no hay, no podría haber, humor si se pasa por alto lo que estamos poniendo en juego en el momento en el que hablamos, y, tal como señalé, en la importancia del Otro, y más aún si consideramos que, por su naturaleza, el humor es traidor, es la traición misma pues «siempre está en el medio, siempre está en el camino. No retrocede jamás, está en la superficie: los efectos de superficie. El humor es un arte de acontecimientos puros ». De ahí su carácter eminentemente disruptivo.
De pronto, me sorprendo recordando una frase de Umberto Eco dicha en una conferencia a mediados de los 70: Es más difícil que un autor hable de su obra a que un cirujano se opere las hemorroides.
Pienso en Martín Adán diciéndole al filósofo Alberto Benavides: Las mayorías, Alberto, las mayorías las mayorías son una entidad metafísica.
No son ocurrencias «cómicas» pero, en ambos casos se comenta sobre la realidad, resaltando algo que bien pudimos haber pasado por alto.
En las citadas ocurrencias el humor se expresa en sí mismo. No se da en función de quién las ha expresado si no por lo que están expresando. Producen el mismo efecto del deseo que pudo confesar un taxista quien, mientras conversábamos sobre las probables amenazas generadas por el avance exponencial de la tecnología, alcanzó a decirme: «por mí que mi nieta se case con un robot, pero que sea japonés y de última generación. Tampoco se le puede quitar seriedad al asunto» o de la sentida reflexión de un guía cuencano quien, algo avergonzado, nos confesó —en esa ocasión estaba con Eduardo Milán discutiendo sobre la naturaleza del barroco: «sabrán disculpar, pero en estos tiempos la plusvalía de la montaña ha decrecido».
- E3: TODO MENOS MORIR
Mi generación, en ese entonces era posible referirse a esta noción inconcreta, creció a la sombra de la idea de ese célebre letrero exhibido en la École Normale Supérieure de París en Mayo del 68: Il est interdit d'interdire (Está prohibido prohibir) y aunque fue obligada a forjarse de una identidad en las condiciones más adversas tuvo la claridad suficiente como para comprender que en esos momentos lo único que podría salvarnos era el humor, sí como Menipo.
Cuando Menipo de Gadara se burla del resto de los mortales condenados a vagar en las profundidades del inframundo parece olvidar que él también ha sido condenado. El personaje de Luciano de Samosata encarna la figura del quinismo antiguo, habitualmente representada por Diógenes .
Quienes en los momentos más difíciles del país no pudimos huir rumbo a Miami (chatos, cholos, maricas, sean gordos o no, blancos, chinos, lecas o bi…) conformamos una «mayoría postergada» y no es que hubiésemos establecido un «pacto de no agresión». Convivimos. Aprendimos a reírnos de y entre nosotros, siendo conscientes de nuestras diferencias. No se trataba de «celebrar la vida», la vida que, en ese momento transcurría entre toques de queda, atentados y amenazas de bomba, era una mierda, pero estábamos vivos y eso significaba una lígrima esperanza, cuya tenue luz iluminaba nuestro explicable pesimismo. Haríamos cualquier cosa por conservarla, todo menos morir. Había que sobrevivir o mejor dicho: saber cómo existir enfrentados a una realidad con la que no estábamos de acuerdo.
Si algo aprendí de Menipo fue esa insolencia desvergonzada, y no para «burlarme del Otro», quizá del destino que nos había tocado en suerte. Pese a los yerros — y los fracasos que hoy nos enrostra el pruritanismo millennial que, mientras envejece, parece estar obsesionado en demostrar que «todo tiempo pasado fue peor»— fuimos una comunidad.
Si hoy volviera al aula, la misma que dejé hace sólo algunos años, ya no podría hablarles de Menipo, tampoco podría reír. Quizá, en lugar de ello, visiblemente nervioso, cumpliría con advertir:
Pronto eliminarán de los planes de estudios la Odisea de Homero, es intolerable que una mujer, Penélope, espere veinte años, a un hombre, Ulises. Tampoco volveremos a leer Las aventuras de Huckleberry Finn. Mark Twain es ofensivo: en la obra repite 200 veces la palabra “nigger”. Mientras tanto las de Comisiones de Sensitivity readers vienen evaluando la posibilidad de reescribir los libros de Agatha Christie. Poirot y Miss Marple con un lenguaje menos ofensivo del que utilizaron originalmente y la exclusión de la currícula a Shakespeare y las obras de otros autores como F. Scott Fitzgerald, Miguel de Cervantes Saavedra, Arthur Miller, Salman Rushdie, Joseph Conrad, Rudyard Kipling Harper Lee James Joyce, Ian Fleming tendrán que «corregirse» hasta que los lectores dejen de sentirse ofendidos.
Probablemente el alumnado, sin contener más la risa, pensaría que se trata de la «última de Medo» y su actitud habría variado al momento de informarles:
A comienzos de 2010, una pacífica ciudadana, de sesenta y seis años de edad, dueña de una tienda de animales, fue condenada a una fuerte multa, a cumplir una especie de toque de queda durante siete semanas (para asegurar lo cual tuvo que llevar durante ese tiempo una pulsera telemática, como la que se coloca a algunos peligrosos criminales y acosadores sexuales) y a cumplir, además, ciento veinte horas de trabajo comunitario, todo ello por el delito de haber vendido un pez de colores a un menor, un chico de catorce años, sin preguntarle la edad y sin instruirlo acerca de los cuidados que el pez necesitaba por lo que incurrió en maltrato animal. Poco después, en Londres, un predicador baptista fue detenido y conducido a una comisaría por afirmar en un sermón que, según la carta de san Pablo a los corintios, «la homosexualidad es pecado». Y, también en 2010, el blog de un conocido columnista de The Spectator fue censurado por la Comisión de Quejas de la Prensa –una entidad no gubernamental de autorregulación– por afirmar que «la sobrecogedora mayoría de los delitos callejeros, apuñalamientos, tiroteos y crímenes sexuales en Londres son perpetrados por jóvenes de la comunidad afrocaribeña», lo que es una evidencia estadística perfectamente conocida por la policía y los medios de comunicación . El otro día leí de una piscina en el reino unido que prohíbe que bañistas negros y blancos se bañen en el mismo espacio para prevenir body shaming. En ese sentido la forma perfecta de la «corrección política» parece ser el apartheid más racista .
Hemos llegado a tal punto que «Google acaba de pausar la generación de imágenes humanas en su algoritmo recién presentado Gemini, una evolución de Bard, porque tenía, aparentemente, una obsesión por la diversidad que le llevaba a generar una «superpoblación artificial» de imágenes de personas de color, le pidieses lo que le pidieses. Da lo mismo que le pidas que genere imágenes de «una familia blanca», «del Papa» o de «los padres fundadores de los Estados Unidos»… Gemini los convertirá en personas de color, en nativos americanos o de orígenes raciales diversos, o incluso se negará a generar imágenes que considere carecen de diversidad» .Así como Google generó esta «superpoblación artificial» sospecho, basándome en el activismo de Darío Villanueva, quien fuera director de la Real Academia Española, que, gracias a la capacidad de inventiva del sectarismo puritano procedente de «departamentos de Humanidades en franca decadencia », algo semejante debe estar ocurriendo en el idioma.
Hoy, por ejemplo, se habla de tal cantidad de fobias que estamos a punto de volvernos fobofóbicos.
- E4: VIGILAR Y CASTIGAR
Hasta hoy he tenido a la suerte de mi lado, aunque de seguro fueron «ellos» quienes me evitaron, nunca coincidí en ninguno de los grupos que dirijo con un activista woke .Si bien hacia el 2022 algunos medios se apresuraron en fechar su defunción, en América Latina las distintas versiones de esta importación estadounidense mantienen vigentes esta forma velada de racismo occidentalocentrista en tanto se mantienen en pie de «lucha contra el blanco».
Pese a que hoy la suma de minorías supera en número a la mayoría frente a la narrativa de un «privilegio blanco» el cual, si sirve de algo, y pese a su anacronismo, considerando el contexto especifico que propició el concepto de Frantz Fanon, es para cancelar políticamente a quienes, sin tener necesariamente la «culpa blanca», deben llevarla consigo a terapia.
Yo soy uno de ellos. Pero una cosa es «ser blanco» en la comunidad Over-the-Rhine en la cuenca urbana de Cincinnati y otra muy distinta es serlo en la vecindad de Paucarpata. Pese a este detalle, en lo que ha transcurrido del siglo XXI, la «corrección política» nos ha ido regresando a los ideales de la sociedad victoriana buscando reprimir, desprestigiar y censurar aquellas opiniones que no se ajusten a las exigencias de la narrativa dominante.
Si bien en sus inicios lo «políticamente correcto» se supeditaba a cumplir —y velar por el cumplimiento—de un conjunto de prácticas lingüísticas establecidas con el propósito de eliminar cualquier connotación discriminatoria, transcurrido el tiempo su performance ha devenido en un sistema de control totalitario cuya meta pareciera ser la estandarización de la forma.
Cuando ya estaba a punto de dejar el trabajo en el aula —laboré durante casi una década con los jesuitas— una «noticia de pasillo» terminó de convencerme que ya había llegado la hora de «ponerme las pantuflas».
Me comentaron que estaba por aparecer una «nueva versión» de El Principito la cual se titularía Il principiti.
Como ocurre con la mayor parte de estas noticias se trató de sólo de un fake, pero fue premonitorio. El mismo convertiría en realidad años después con la publicación de La Principesa (Espejos Literarios, Madrid, 2018).
Particularmente pienso que esta, y cualquier otra versión de un original, no sólo significa un arrasamiento de la obra sino también el de todo el trabajo que pudo representar para el autor ese proyecto de escritura —si pensamos, por ejemplo, en Walter Benjamin, no hablaríamos solamente de la escritura en sí misma, aquella que se rescató y pudo publicarse, también del archivo del que se valió para su edición: memorias, fotografías, postales, dibujos y notas, fichas, inventarios…sin hacer mención del espíritu de época, quien, sin pretenderlo es el personaje oculto de la obra. Y todo esto es validado en nombre una presunta corrección.
Esta «manía sin delirio» de la corrección política tiene como pasatiempo predilecto «patrullar el lenguaje» sin ser capaz de reflexionar y poner en cuestión las causas reales del problema que pretenden enfrentar, en este caso: la diversidad inmanente de la expresión humana, la cual, conforme pone en tensión, va estableciendo los vínculos comunitarios, también con el Otro.
The Ghostbusters, 1984, película dirigida por Ivan Reitman
Siendo así nadie «tiene el poder» suficiente ni para adueñarse ni para intervenir el lenguaje, menos el de la Historia, restringiendo su libertad a una corrección regida por una censura sistemática (la cancelación, la funa, el boicot e incluso el linchamiento público por las RRSS) la cual ya no es un asunto «izquierdas» o «derechas» pues conforme se desarrolla la «lucha» se va dando un paulatino vaciamiento ideológico. Lo que perdura es la performatividad del gesto aunado a la inconsistencia del discurso.
La «corrección política» tiene, además, la enorme ventaja para sus partidarios, afirma Jonathan Chait (Is Political Correctness Good for the Left?, New York Magazine, 2015), de eximirles de argumentar su posición ideológica. Se trata simplemente, de una estrategia que busca la adquisición y el mantenimiento del poder a través del secuestro del lenguaje . En gran medida esto se debe a este concepto representa sólo a un sector de la sociedad civil, la misma que se anticipó arrogándose el derecho de construir «una» y no «la» realidad social.
Por esta razón es necesario distinguir: una cosa es la legítima denuncia de los llamados «delitos de odio» —como los de cualquier otra índole— otra es la espectacularización de ese delito hasta convertirlo en hype y valerse estratégicamente de ello en el momento que resulte más propicio sea para el propio beneficio o para silenciar las voces a las que puedan «sentir» discordantes, pues, de acuerdo con Jean M. Twenge, los woke viven «obsesionados con la seguridad», como dice Twenge, definición que incluye la «seguridad emocional». Su atención a la «seguridad emocional» les hace creer que «uno debe estar a salvo no sólo de los accidentes de coche y las agresiones sexuales, sino también de las personas que están en desacuerdo contigo ».
En esta cultura de la acusación pública la víctima es el héroe y si bien «debemos aprender a comprender cómo alguien puede no tener malas intenciones y ser ‘aterradoramente normal’, y al mismo tiempo ser responsable y punible por sus actos» ello no libra a estas brigadas de la corrección de haber caído en una estupidez de tal magnitud que incluso puede ser tanto o más peligrosa que el sadismo declarado.
- E5: LO ENEMIGO
Hoy los colectivos de minorías étnicas, religiosas o lingüísticas, no sólo el LGBTIQ+, tal vez, debido a su saludable activismo se trate del caso más visible, vienen reclamando la creación de safe spaces en las universidades del norte de América en los que no haya nada que pueda ofender. Una idea de esta naturaleza me lleva a pensar en la conformación de los Jüdischer e incluso en Las Pequeñas Italias.
Como escribe Doris Lessing:
Lo que estamos viendo de nuevo es un grupo de autoproclamados vigilantes imponiendo sus visiones a otros. Es una herencia del comunismo, pero no parecen verlo .
Mediante la transformación de la moral como si se tratara de un fundamento ético, los vigilantes sustituyeron la noción de individualidad por el concepto de «interseccionalidad», medio que les permite combatir a la vez el racismo, el sexismo, la homofobia y el capitalismo, dando por sentado que todos los miembros de estas minorías, por su sola filiación a un movimiento, en la medida que las normas las establece la mayoría, ya son víctimas.
Desde esta lógica binaria, de acuerdo con Daniel Sibony, no sólo se pasa por alto la idea de un «entre-dos» —imprescindible para la posibilidad de construir un diálogo —sino que en ella se excluye completamente a la noción del Otro del imaginario anteponiendo la pertenencia a los actos y los méritos personales:
Las teorías bioculturales han desplazado la idea de raza, atada a la idea de “negro”, hacia el Otro: el extranjero, el inmigrante o el refugiado. Así se busca defenderse de acusaciones de racismo, con el argumento de que no se considera al Otro inferior en términos biológicos, sino “culturalmente inadecuado” o indeseable por sus comportamientos, su escasa adaptabilidad a las costumbres occidentales o su carácter vengativo.
De esta manera, conceptos como xenofobia, discriminación, o islamofobia remplazarían al concepto de raza. Lo que hace que sea necesario pensar nuevamente qué se entiende por raza y por racismo, cómo tratar de entender las inequidades de manera más “interseccional” o interrelacional con otras variables como la clase social el género, la inmigración, etc., y qué implicaciones políticas tienen la inclusión de esta nueva terminología, como lo señalan Grosfoguel et al. (2015), sobre todo, frente a las actuales situaciones de migración y desplazamiento .
Las dinámicas del «mundo perfecto», y la manipulación (pos)política del miedo, no consideran al ser humano en su individualidad sino conforme a su militancia en tal o cual grupo considerando, por regla general, a los de enfrente como si se trataran del grupo antagónico.
La pertenencia a un grupo prohíbe a la persona tener un discurso que no sea aquel que el grupo espera de él. Quien desobedece se arriesga a ser vilipendiado por su propia comunidad, a punto tal que el negro no seguirá siendo «negro».
Tal es el caso del profesor afroamericano Vicente Lloyd quien en su artículo Un profesor negro atrapado en el infierno antirracista cuenta su experiencia en un seminario organizado por la Asociación Telluride.
Los doce estudiantes que participarían de dicho evento fueron elegidos mediante un riguroso proceso de solicitud para pasar seis semanas juntos tomando un curso de nivel universitario, con todos los gastos pagados.—Además del seminario —explica Lloyd —los estudiantes practicaron el autogobierno democrático: vivieron juntos y establecieron sus propias reglas. Durante los primeros días, «los estudiantes fueron exactamente lo que uno esperaría, a veces alegres y reservados, todos ellos curiosos, juguetones, descubriendo cómo relacionarse entre sí y con los textos del seminario. (…) Semanas después, me senté nuevamente frente a los estudiantes reunidos. Ahora, sus rostros estaban fríos y sus ojos bajos. Desde la primera semana no había visto ni una sola sonrisa. Su número se redujo a dos: la semana anterior habían expulsado a dos compañeros de la casa. Y yo era el siguiente.
Cada estudiante leyó una declaración preparada sobre cómo el seminario perpetuó la violencia contra los negros en su contenido y forma, cómo los estudiantes negros habían sido perjudicados, cómo yo era culpable de innumerables microagresiones, incluso a través de mi lenguaje corporal, y cómo los estudiantes no. (…) Cuatro de las seis semanas se centraron en el racismo contra los negros (las otras dos se centraron en el racismo contra los inmigrantes y los indígenas). Soy profesor negro, dirigí el programa de estudios negros de mi universidad, dirijo talleres sobre antirracismo y justicia transformadora, y he publicado libros sobre el racismo contra los negros y la abolición de las prisiones».
Como explica el propio Lloyd :
Si los desposeídos aspiran a alcanzar la victoria, deben construir una narrativa que incluya un villano. Los héroes son ellos: la gente pequeña pisoteada por los poderosos. Se necesita un nuevo David contra Goliat; una historia que motive a la gente, sea apetecible para los medios y despoje a los poderosos de la autoridad moral que están acostumbrados a ostentar. Esta es la razón por la cual necesitamos enemigos, según Alinsky; no son enemigos porque tengan algún defecto de personalidad (aunque algunos pueden tenerlo) ni por sus acciones deplorables. Se construye la figura del enemigo a fin de defender los intereses de los marginados
- E6: CUÁL ES LA RISA
La ideología woke se vale de la presencia de lo enemigo lo hace con el propósito de encerrar a los «desposeídos» en un grupo, comprendido como una suma de yoes o mónadas que constituye el mundo objetivo, único e idéntico, el cual le dicta las normas de conducta que debe seguir en sus relaciones intermonádicas que son independientes y autónomas del mundo natural.
No solamente el Otro está siendo abolido también la posibilidad del humor como un nexo comunitario considerándosele, por antonomasia, como una forma de bullying, por ende: es peligroso. Aunque se esto se trate solamente de una mera «presuposición» no hay activista de no mediar la amenaza inminente de lo Enemigo.
La sola confesión de Lloyd en la que refiere: «desde la primera semana no había visto ni una sola sonrisa» la sola «presuposición» de estar ante la presencia de lo Enemigo ―entidad que pareciera haber sustituido a la idea del prójimo―obliga a estar en tal estado de alerta que la sola idea del humor, planteada incluso como un mecanismo o una estrategia de defensa, le «quita seriedad al asunto».
Contrariamente a dicha creencia ya, desde 1905, «Freud consideraba al humor como la más elevada operación defensiva frente a la posibilidad de sufrimiento. Cabe señalar que ― […] desde un enfoque funcionalista del humor, se propone que la función central del humor sería la de aliviar tensiones entre los grupos con el fin de mantener el orden social ».
De ahí que, si realmente el objetivo de la corrección política es el de un «mundo perfecto» debemos ser conscientes que, en la praxis, «a esta gente le importa un bledo la guerra en Ucrania, pero ojo con decirle gordo a un ucraniano. Lo mismo con millones de africanos que mueren de inanición, pero ojo con decirles negros ».
Por tal razón Slavoj Žižek refiriéndose a la imposibilidad de que los semejantes se reconozcan a sí mismos en los demás, en la medida en que no existe una dimensión humana universal, sostenga que:
La universalidad es una universalidad de ‘extraños’, de individuos reducidos al abismo de la impenetrabilidad no solo para los demás sino para sí mismos (…) Por esto, la manera más válida de llegar hasta el prójimo no es la empatía, intentar comprenderlo, sino una carcajada irrespetuosa que se burle tanto de él, como de nosotros en nuestra mutua falta de (auto) comprensión (e incluyendo los chistes ‘racistas’)
Dado que, de acuerdo a la lógica interseccional, ya no se nos hace posible hablar del Otro como alteridad, en la medida que no conceden más óptica ni lógica que la propia, lo que, entonces, conviene, es la producción en serie de un enemigo y distraer la atención sobre lo que se considera una amenaza.
The Ghostbusters, 1984, película dirigida por Ivan Reitman
Sin ir muy lejos, en el 2018 en Italia, le cambiaron el final a la ópera Carmen, de Bizet. En la versión original, al final el amante asesina a su amada. Hoy ella le arrebata el arma y lo termina matando. En el 2021, en escuelas de Canadá se quemaron casi 5.000 libros, entre ellos cómics de Tintín, Astérix y Lucky Luke, por considerar que propagaban estereotipos sobre los pueblos originarios. En la Universidad de Groningen, en Países Bajos, se prohibió la representación de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, porque, en contra de la política de inclusión universitaria, en el casting para los cinco papeles masculinos convocó solo a hombres . El propio Beckett dejó explícitas instrucciones para que su obra fuera representada solo por hombres.El club de ballet de la Universidad de Princeton, tras nombrar primera bailarina a una afroamericana, explicó que su objetivo es «descolonizar la danza» por tratarse de un «arte imperialista y supremacista blanco». Jeaninne Cummis canceló la gira con la que iba a presentar su novela Tierra americana, sobre inmigrantes mexicanos, por no ser de origen mexicano.
Como todo fanatismo el pensamiento woke "surge de un espíritu provinciano, de una falta de conocimiento de los problemas reales y el rechazo de la gente –por pereza, prejuicio, avaricia o ignorancia– a dar un significado más profundo a sus vidas.
Soy políticamente incorrecto. Sé que reúno con creces los méritos suficientes como para ser cancelado: soy blanco, hétero, monógamo, y Nicolás Yerovi agregaría: y no tengo tatuajes. Para mantenerme a buen recaudo hasta hoy mi «espacio seguro» comprende los pocos metros cuadrados en los que dirijo El Laboratorio, en mi propia casa. Pese a ello, conforme transcurre el tiempo, descubro que no habrá nada en el mundo capaz de frenar el cotorreo, los absurdos juegos de palabras, el sarcasmo y la fina ironía del humor negro.
No tengo la menor duda de esto: la seriedad sólo puede mirar a través de lo cómico.
El sentido del humor no es un constructo, y siglos antes que aparezcan los woke, ya había desbordado los estatutos de lo políticamente correcto, demostrándonos que, para ser verdaderamente correcto, el humor siempre contendrá la dosis necesaria de incorrección.
Hoy vivimos épocas de mucha solemnidad. Y, como dice Anne Dufourmantelle, el poder necesita precisamente de esa solemnidad para ejercerse. Sin embargo, cansado ya de tantas advertencias acerca de ese nuevo poder y la posibilidad inminente de ser «cancelado», hasta hoy había preferido callar, y cuando no, siguiendo un consejo de Ashbery : limitarme a compartir observaciones «profundas» con respecto a los pronósticos del clima con los que, por lo general, todos estamos de acuerdo.